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Joan Clarke

No es un secreto que parte de las innovaciones científico-tecnológicas provienen de contextos bélicos. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi utilizó la máquina Enigma. Este dispositivo electromecánico fue, en un principio, creado con fines bancarios e industriales, pero después, a inicios de la guerra, se instrumentalizó para crear códigos rotatorios a través del intercambio de signos, a fin de encriptar y desencriptar las comunicaciones del ejército alemán. 

En respuesta a los ataques de los submarinos nazis hacia los barcos aliados, efectuados debido a su flujo de comunicación ininterrumpido y aparentemente indescifrable, la Escuela de Códigos y Cifras del Gobierno de Reino Unido (GC&CS, por sus siglas en inglés) reclutó a varixs científicxs y matemáticxs en Bletchley Park para descifrar el código Enigma. Entre ellxs, sólo había una mujer: Joan Clarke. Clarke fue una numismática, criptóloga y matemática, quien, pese a haber estudiado en la Universidad de Cambridge, no pudo licenciarse porque la institución no graduaba a las mujeres sino hasta 1948. A raíz de que los conocimientos técnicos y lógicos se veían como espacios exclusivos para hombres, en Bletchley Park se le contrató, primero, como secretaria y, luego, como lingüista debido a que, según la división sexual del trabajo, la criptología no era un área de mujeres. 

Joan laboró en el área STEM —carreras científicas, tecnológicas, ingenieriles y matemáticas—, donde fue parte fundamental del Hut 8 que descifró el código Enigma y colaboró para finalizar la guerra. Fue la única mujer en el equipo liderado por Alan Turing; sin embargo, su labor fue menos pagada y reconocida que la de sus compañeros. Además, la Estación X fue sostenida en su gran mayoría por mujeres, cuyo trabajo no técnico también ha sido invisibilizado. El discurso paternalista estatal, basado en héroes masculinos, niega la labor no sólo de las mujeres, sino de otras áreas de conocimiento no necesariamente técnicas. 

Mientras que parte de estos aportes llevaron a que a Alan Turing se le considere el padre de la inteligencia artificial —con sus matices, debido a la homofobia con la que se desprestigió su trabajo—, la labor de Joan se ha relegado. Frente a todas los costos sociales que vivió, conocer su experiencia y legado permite que nos preguntemos si de verdad queremos construir tecnologías y conocimientos para las entidades y grupos de poder que invisibilizan nuestro hacer. Al final, la ciencia y la tecnología instrumentalizadas por los Estados modernos se entretejen con las relaciones patriarcales.



Referencias: